domingo, 30 de noviembre de 2014

Sobre la ENTREGA (Parte V)

Entrega y libertad

Entregarse a algo o alguien implica, de alguna forma, quedar sujeto a ello. Quien se entrega a la persona amada, por ejemplo, se hace cargo de determinadas responsabilidades que vienen implicadas en dicha entrega, y estas responsabilidades implican también determinadas renuncias. Lo mismo ocurre con el que se entrega a una actividad o profesión. Con la entrega se restringe el abanico de opciones a seguir, pues uno no puede ya dedicarse a “cualquier cosa”, sino que ha de enfocarse en los menesteres que se relacionan con aquello a lo cual uno se ha entregado. Entregarse significa, en definitiva, comprometerse. 




Ahora bien, los compromisos asustan a veces y no son pocos los que los rechazan argumentando que el compromiso anula o disminuye la libertad del sujeto. En efecto, si me comprometo con algo o alguien, mis intereses y energías ya no pueden desparramarse ad libitum por doquier, sino que han de centrarse en el objeto de mi compromiso, lo cual implica para el sujeto una suerte de dependencia y, a primera vista, causaría una disminución de la libertad. Y lo cierto es que nos gustaría ser plenamente libres, con lo cual el valor del compromiso parece quedar en jaque.

He aquí tal vez uno de los equívocos más populares en torno a la libertad: su identificación con la independencia. Quizás no sea superfluo repensar el tema: si libertad e independencia fueran la misma cosa, habría que concluir que el grado máximo de una es también el culmen de la otra. Sin embargo, el análisis de la realidad humana permite formular respecto a esta idea algunas objeciones. En primer lugar, una total independencia es para el ser humano impensable. Ya lo señalábamos al comienzo de estas reflexiones: el hombre es un ser en relación que inevitablemente tiene que vérselas con las cosas. Inevitablemente depende de ellas debido a la indigencia de su propia naturaleza.

En segundo lugar, para el ser humano la independencia, de ser siquiera posible en alguna medida, lo es en el aislamiento y la indiferencia. Sólo aquel hombre que esté solo y al que pocas cosas le importen podría no depender de casi nada. Podría pensarse que a una indiferencia total se corresponde una libertad plenamente abierta a todas las posibilidades, sin ningún tipo de limitación. Así estaríamos más cerca de ser plenamente libres cuanto más nos diera todo lo mismo. Pero ¿es esta indiferencia y esa soledad una experiencia “liberadora” para el sujeto? ¿La indiferencia nos deja verdaderamente abiertas todas las posibilidades, o nos cierra ante todas ellas? ¿Que nos dé todo lo mismo estimula y robustece nuestra libertad o la paraliza y torna inútil? Para el que es indiferente y quiera permanecer en ese estado de aislamiento y desvinculación (suponiendo que desee conservar su supuesta “libertad”) ¿son acaso las diferentes opciones verdaderas “opciones”? ¿O, siendo indiferente a todas, queda huérfano de razones para elegir alguna de todas ellas? Más aún, puesto que la elección es siempre una selección que supone renunciar a algunas opciones para encaminarse a otras, ¿el que quiera conservar todas las posibilidades abiertas sin renunciar, no está condenado a no tener que elegir ninguna? Y si su indiferencia y su afán por la independencia lo condenan a no tener que (ni por qué) elegir... ¿de qué clase de libertad estamos hablando?

La indiferencia y la soledad muy lejos están de ser vividas como liberación y tarde o temprano son experimentadas más bien como aprisionamiento. Supuestamente favorecen una total libertad, pero en realidad conducen a una libertad carente de sentido, que no tiene para qué alguno y se torna inútil, absurda y agonizante. “Lo absurdo no libera, no liga” sostenía Camus. Podríamos explicitarlo: lo absurdo no libera porque no liga; lo absurdo aprisiona porque desliga de todo.
Para un ser finito como es el hombre, la libertad no puede consistir en la desvinculación. Ciertamente el que se entrega y se compromete con algo reduce la amplitud de sus opciones, pues al tener una meta hacia la cual dirigirse debe aceptar el hecho de que no todas los caminos lo llevan en la dirección elegida y que algunos han de ser dejados de lado. Toda finalidad impone límites y genera dependencia. Pero no parece que esta finalidad y estos límites anulen la libertad del sujeto – salvo que insistamos en identificar infructuosamente la libertad con la independencia – sino que la fortalecen dotándola de sentido.
La verdadera libertad no reside en la desvinculación, la no-dependencia y la ausencia de compromiso, sino en el vínculo voluntariamente querido con lo que nos es propio desde el núcleo íntimo de la persona donde uno es dueño de sí y capaz de entregarse, desde la autoposesión, al encuentro fecundo.

Martín Susnik

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