lunes, 19 de mayo de 2014

Consecuencias de la libertad


En el posteo anterior comenzábamos señalando que nos gusta creer que estamos a favor de la libertad, que la defendemos casi todos, que la anhelamos. Sin embargo, ser libre implica algunas consecuencias que no siempre resultan atractivas para el ser humano. Como estas consecuencias, muchas veces no placenteras, forman parte esencial de la liberad humana, puede suceder que alguna vez rechacemos la libertad justamente por no querer aceptar esas consecuencias.
En primer lugar: ser libre implica ser responsable. No nos referimos a aquella “responsabilidad” que es una virtud, como cuando alguien cumple con sus tareas y obligaciones en tiempo y forma, sino a aquella “responsabilidad” que es un elemento esencial de la vida libre del ser humano, por más que éste haga mal uso de su libertad (también la persona irresponsable en el primer sentido es, en este segundo sentido, responsable – responsable de su irresponsabilidad – y esto justamente porque es libre). Que el hombre sea responsable significa que debe responder. Donde todo está determinado de antemano no hay lugar para la responsabilidad, pero donde el hombre puede elegir entre hacer o no hacer, entre hacer esto o aquello, allí debe también responder por qué eligió de tal o cual manera. Sólo un sujeto libre puede ser responsable porque solamente un sujeto libre puede querer también la acción contraria. Si los actos (y también omisiones), deseos, pensamientos del hombre tienen su fuente en la elección de la propia voluntad, si no están determinados salvo por el hecho de que la voluntad personal se determina a sí misma, entonces la persona debe también responder por ellos y aceptar sobre los propios hombros el peso de su cualidad y sus consecuencias.
Este llamado a la responsabilidad – a responder – manifiesta el carácter dialogal de la vida humana. Toda nuestra vida es, de alguna manera, un diálogo. Con las cosas, con el prójimo... Y el hombre está llamado a responderles, pues su vida es una especie de interrogante constante que le es formulado día tras día; un interrogante abierto al cual hay que responder, día tras día, con la vida misma.[1] Quien acepta este hecho reconoce más fácilmente la seriedad y el peso específico de la propia existencia. Aceptar el peso de esta responsabilidad, empero, no es algo tan sencillo. Para algunos pensadores incluso reside en ello la causa de la angustia que, según ellos, es esencial a la existencia humana.[2] Muchas veces es más fácil caer en la tentación de soltar el timón de la propia vida y permitir que lo tome otro entre sus manos. Vencer estas tentaciones exige valentía y madurez, por ello la verdadera libertad es algo a lo cual teme el pusilánime y no acepta el inmaduro, ya que lo atemoriza la obligación de la tener que responder. De ahí que muchos, huyendo ante la responsabilidad, terminen renunciando también a su libertad.
Segundo: ser libre implica elegir y toda elección supone una renuncia. Toda decisión es una escisión, un corte. Quien dice “sí” a algo, también dice “no” a otra cosa. Sin embargo, renunciar tampoco es sencillo y en muchos casos es incluso doloroso, pues mayormente no elegimos entre algo que nos atrae y algo que no, sino entre opciones que nos atraen simultáneamente. En todas las cosas hay algo de bueno y por eso en todas hay algo de atractivo. Las opciones a las que renunciamos no son, en consecuencia, algo “malo” en sí mismo, sino algo “bueno” ante lo cual no somos indiferentes y que, de hecho, podríamos también elegirlo. Pero no se puede todo, hay que elegir, entregarse a una de las opciones y descartar el resto.
Quien no tenga fuerza suficiente para renunciar, tampoco tendrá fuerza para elegir. Su libertad no podrá superar el estado de deliberación y desconcierto, convirtiéndose así en indecisa, ineficaz, inútil y destinada al fracaso. Deseará todo y no obtendrá nada. Deseará todos los caminos y será incapaz de escoger uno de ellos, por lo cual se le imposibilitará el progreso, ya que todo progreso exige el avanzar por un camino determinado renunciando a otros senderos posibles. Quien sea incapaz de renunciar, a pesar de lo costoso que esto a veces resulta, será incapaz de una libertad madura. Por ello, quien le escapa a la renuncia, le está escapando también a la libertad. 

Tercero: toda decisión concreta incluye una dosis de riesgo. Todo aquel que elige en una situación concreta, realiza una suerte de salto a un futuro que para el ser humano tiene, en mayor o menor medida según el caso, algo de incierto. Esto no justifica que nos lancemos a decidir sin esforzarnos a tener lo más en claro posible las consecuencias de nuestros quereres y acciones, sin que nos preguntemos lo suficiente por el acierto o no de lo que habremos de elegir. La previsión es una posibilidad y un deber para el ser humano como ser racional. Pero ha de tenerse en cuenta que nuestra razón es limitada y que en consecuencia lo son también nuestra capacidad de prever y nuestro análisis de las situaciones concretas en las que nos encontramos y en las cuales debemos tomar decisiones. La vida no es matemática, aunque el racionalismo pretendía que lo fuera, y por ello nuestra tendencia a la claridad no puede exigir una seguridad absoluta y un rigor silogístico en cada elección.[3] Es previsible que haya imprevistos. Exigir una certeza absoluta en los casos concretos termina acarreándonos a la angustia de la inseguridad y a la indecisión, pues el hombre que busca exageradamente la certeza donde no le es posible hallarla y no acepta el riesgo que está implicado en cada elección, tampoco podrá superar la deliberación y terminará no concluyendo en decisión alguna. Por eso la vida libre exige coraje; no aquel coraje mentiroso que es producto de la soberbia, sino el coraje auténtico que brota de la humildad, del reconocimiento de la falibilidad de nuestro conocer. Elegimos a sabiendas de que existe la posibilidad de que nuestra elección sea errónea. Esto naturalmente nos invita a mantener la mayor atención posible, pero también a tomar conciencia de que somos falibles. Quien no tenga este coraje y huya ante el riesgo, huye también ante la libertad.

La libertad es el fundamento de nuestra especial dignidad y grandeza como seres humanos. Pero ser verdaderamente hombres es una tarea ardua y un gran desafío. A veces cuesta aceptar el rol protagónico que nos corresponde y buscamos excusas para “liberarnos de nuestra libertad” y sus consecuencias. Estaríamos lejos de acertar si creyéramos que la esclavitud es una realidad superada hace tiempo. De múltiples maneras huimos ante nuestra libertad: cedemos, tal vez sin darnos cuenta, ante fuerzas anónimas (o no) para no tener que soportar el peso de la responsabilidad; nos diluimos en grupos determinados para que ellos decidan en lugar nuestro; nos encadenamos a la rutina para evitar la incertidumbre de nuevos caminos; permitimos que desde fuera dirijan nuestros pensamientos y deseos; aceptamos que nos conviertan en medios instrumentales para vaya-a-saber qué fines; marchamos por senderos cuyas direcciones desconocemos y sobre las cuales tal vez no nos preguntemos siquiera, solamente por el hecho de que hay otros que también marchan como nosotros y así evitamos la soledad; permitimos que colonicen incluso nuestro tiempo “libre” con diferentes opios de los pueblos que estimulan la fuga de nuestra interioridad, donde reside la libertad auténtica; nos entregamos a la mercantilización de nuestro ser buscando la supervivencia, sin examinar si esa supervivencia nos aleja de una vida verdaderamente humana; nos entregamos a un activismo interminable, sin reflexionar quizás si acaso no nos es impuesto desde afuera... Muchas veces y de muchas maneras preferimos caer en la (visible o invisible) esclavitud.
La libertad es un don, pero es también una tarea. Es esencial a nuestra naturaleza humana, pero hay que defenderla y luchar por ella. Por ser el hombre un sujeto libre puede, paradójicamente, atentar contra su libertad. Por eso la libertad exige disciplina, coraje, fortaleza, sacrificio. La libertad es un bien arduo; si no la aceptamos en su totalidad, incluso con sus consecuencias no siempre tan agradables, y no nos preocupamos por ella, nos puede ser hurtada en cierta medida. Un crimen en el cual somos a la vez víctimas y victimarios.

Martín Susnik



[1] “Tenemos que dejar de hacernos preguntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e incesantemente. (…) En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo.” (V. Frankl, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, pp. 113-114) “En una palabra, a cada hombre se le pregunta por la vida y únicamente puede responder a la vida respondiendo por su propia vida; sólo siendo responsable puede contestar a la vida.” (ibid. p. 153)
[2] Cfr. J. P. Sartre, El existencialismo es un humanismo, Ed. del 80, Bs. As., 1997 pp. 15-19
[3] “En las resoluciones o actos de imperio de la prudencia, esencialmente referidos a lo concreto, falto por sí de necesidad y no existente aun, no encontraremos la seguridad de que se hospeda en la conclusión de un raciocinio teorético (…) Es inútil que el hombre espere ni aguarde, para emitir la «conclusión» del imperio, al momento de contar con la certeza teorética de una conclusión que fuerce a su asentimiento. (…) El prudente no espera certeza donde y cuando no la hay, ni se deja tampoco embaucar por las falsas certezas.” J. Pieper, Las virtudes fundamentales, Rialp, Madrid, p. 51-52

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