Entrega y cansancio
Evitemos
caer en falsos optimismos o entusiastas ingenuidades. No es que la entrega
fructífera, sobre la que hemos hablado en entradas anteriores no canse. El cansancio es, al menos según podemos observarlo, inherente
a la realidad humana y toda entrega seria y verdadera, con el esfuerzo que
implica, el tiempo y la dedicación que supone, es cansadora en cierto sentido.
Pero si la entrega se ha llevado a cabo con acierto, se tratará de un cansancio reconfortante, si se nos
permite la expresión.
Parece,
en efecto, que podemos distinguir los cansancios que agobian de los cansancios
que reconfortan. Cuando se está en lo propio y uno se afana en ello haciendo
uso de las propias fuerzas, es lógico que haya cansancio, pues se ha utilizado
la energía, pero también hay una alegría íntima que se fortalece, una confirmación
que reconforta, pues se está en lo propio. ¿No se cansa acaso el educador que
se entrega de lleno a la tarea que le es encomendada? ¡Ciertamente! Pero si esa
entrega tiene sus raíces en la vocación de iluminar a otros, guiarlos y
hacerlos crecer, su labor – cansadora, por cierto – lo tonifica a su vez y sus
energías se revitalizan al mismo tiempo que están dedicadas a su quehacer. ¿No
se cansa acaso el artista tras horas y horas de trabajo, en las que se entrega
a sus producciones creando, puliendo, corrigiendo, ensayando? ¡Ciertamente!
Pero en esa misma tarea cansadora su corazón se llena de sentido hasta hacerlo
desconocer horarios y renovando continuamente su fuerza creadora. Ciertamente
se cansa el deportista, exigiendo su físico y su mente en su actividad, pero si
ello ha sido puesto al servicio del buen desempeño y de la eventual victoria,
el ánimo se mantiene alto y la tarea lo vigoriza. Se cansa el estudiante, en las
horas dedicadas al progreso en su ciencia, pero cuando eso conduce a la
captación de algunas verdades, la pesadez de la extenuación es recompensada con
la revitalización y el entusiasmo.
Equivalentes
ideas son aplicables a las relaciones personales. Ya hemos mencionado el caso
del educador; lo mismo vale para los amigos, los padres, los amantes...
Ciertamente cuidar y velar por otros, estar atentos a sus necesidades,
dedicarles tiempo, empatizar con ellos, compartir cruces, ser responsables por
el otro y pacientes... todo ello implica una cierta dosis de cansancio. Pero
cuando todo aquello está edificado sobre el amor genuino y de él brota, el
cansancio está lleno de sentido y es vivificante, pues toda vez que se trate de
auténticos “amantes”, la persona amada, siendo un otro, no es para el amante algo externo sino algo propio, y la preocupación por ella es
connatural a las propias necesidades.
Ahora,
si el trato con los demás carece de esta piedra fundamental que es el amor por
el otro, si el estudio es una exigencia meramente externa, si la labor física
es experimentada como algo impuesto, si la producción artística queda huérfana
del genuino impulso interior y se rige por requerimientos ajenos, si el docente
carece de auténtica vocación, todo se torna
pesado y agobiante, las energías se desgastan y no logra producirse su
renovación, pues el asunto le es al sujeto fundamentalmente extraño y las
fuerzas han sido puestas en algo que no es “lo suyo”. Ese cansancio se
convierte prontamente en hartazgo, producto no del haber “tenido suficiente” o
“demasiado”, sino, de hecho, del haber tenido demasiado poco, pues está signado
por el desacierto y el consecuente vacío. Cuando el menester al que nos
entregamos no tiene que ver con lo nuestro, la cosa no puede calmar nuestra sed
y nos movemos en escenografías en las que no podemos acomodarnos. No hay
sintonía, se dificulta o imposibilita la experiencia de sentido y las fuerzas
se extinguen.
A
partir de estos dos tipos de cansancio se siguen también dos maneras distintas
de encarar el descanso. Todo cansancio nos pide descansar, pero si se trata de
un cansancio reconfortante, el
descanso se lleva a cabo en vistas al regreso y es experimentado como medio
para poder volver luego a la actividad, ya que en ésta, por tratarse de algo
propio, el sujeto se siente “como en casa”. Cuando, en cambio, el sujeto se
entrega a algo en lo que no “se halla”, el cansancio que de ello deriva conduce
a un descanso solicitado y experimentado como fuga sin pretensiones de regreso.
Tal vez esta diferencia podría resultarnos útil a la hora de analizar los síntomas
y reflexionar mejor sobre a qué cosas
nos estamos entregando y con qué actitud.
Martín susnik
Martín susnik
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