sábado, 22 de noviembre de 2014

Sobre la ENTREGA (Parte IV)

Entrega y cansancio

Evitemos caer en falsos optimismos o entusiastas ingenuidades. No es que la entrega fructífera, sobre la que hemos hablado en entradas anteriores no canse. El cansancio es, al menos según podemos observarlo, inherente a la realidad humana y toda entrega seria y verdadera, con el esfuerzo que implica, el tiempo y la dedicación que supone, es cansadora en cierto sentido. Pero si la entrega se ha llevado a cabo con acierto, se tratará de un cansancio reconfortante, si se nos permite la expresión.
Parece, en efecto, que podemos distinguir los cansancios que agobian de los cansancios que reconfortan. Cuando se está en lo propio y uno se afana en ello haciendo uso de las propias fuerzas, es lógico que haya cansancio, pues se ha utilizado la energía, pero también hay una alegría íntima que se fortalece, una confirmación que reconforta, pues se está en lo propio. ¿No se cansa acaso el educador que se entrega de lleno a la tarea que le es encomendada? ¡Ciertamente! Pero si esa entrega tiene sus raíces en la vocación de iluminar a otros, guiarlos y hacerlos crecer, su labor – cansadora, por cierto – lo tonifica a su vez y sus energías se revitalizan al mismo tiempo que están dedicadas a su quehacer. ¿No se cansa acaso el artista tras horas y horas de trabajo, en las que se entrega a sus producciones creando, puliendo, corrigiendo, ensayando? ¡Ciertamente! Pero en esa misma tarea cansadora su corazón se llena de sentido hasta hacerlo desconocer horarios y renovando continuamente su fuerza creadora. Ciertamente se cansa el deportista, exigiendo su físico y su mente en su actividad, pero si ello ha sido puesto al servicio del buen desempeño y de la eventual victoria, el ánimo se mantiene alto y la tarea lo vigoriza. Se cansa el estudiante, en las horas dedicadas al progreso en su ciencia, pero cuando eso conduce a la captación de algunas verdades, la pesadez de la extenuación es recompensada con la revitalización y el entusiasmo. 
Equivalentes ideas son aplicables a las relaciones personales. Ya hemos mencionado el caso del educador; lo mismo vale para los amigos, los padres, los amantes... Ciertamente cuidar y velar por otros, estar atentos a sus necesidades, dedicarles tiempo, empatizar con ellos, compartir cruces, ser responsables por el otro y pacientes... todo ello implica una cierta dosis de cansancio. Pero cuando todo aquello está edificado sobre el amor genuino y de él brota, el cansancio está lleno de sentido y es vivificante, pues toda vez que se trate de auténticos “amantes”, la persona amada, siendo un otro, no es para el amante algo externo sino algo propio, y la preocupación por ella es connatural a las propias necesidades.
Ahora, si el trato con los demás carece de esta piedra fundamental que es el amor por el otro, si el estudio es una exigencia meramente externa, si la labor física es experimentada como algo impuesto, si la producción artística queda huérfana del genuino impulso interior y se rige por requerimientos ajenos, si el docente carece de auténtica vocación, todo se torna  pesado y agobiante, las energías se desgastan y no logra producirse su renovación, pues el asunto le es al sujeto fundamentalmente extraño y las fuerzas han sido puestas en algo que no es “lo suyo”. Ese cansancio se convierte prontamente en hartazgo, producto no del haber “tenido suficiente” o “demasiado”, sino, de hecho, del haber tenido demasiado poco, pues está signado por el desacierto y el consecuente vacío. Cuando el menester al que nos entregamos no tiene que ver con lo nuestro, la cosa no puede calmar nuestra sed y nos movemos en escenografías en las que no podemos acomodarnos. No hay sintonía, se dificulta o imposibilita la experiencia de sentido y las fuerzas se extinguen.

A partir de estos dos tipos de cansancio se siguen también dos maneras distintas de encarar el descanso. Todo cansancio nos pide descansar, pero si se trata de un cansancio reconfortante, el descanso se lleva a cabo en vistas al regreso y es experimentado como medio para poder volver luego a la actividad, ya que en ésta, por tratarse de algo propio, el sujeto se siente “como en casa”. Cuando, en cambio, el sujeto se entrega a algo en lo que no “se halla”, el cansancio que de ello deriva conduce a un descanso solicitado y experimentado como fuga sin pretensiones de regreso. Tal vez esta diferencia podría resultarnos útil a la hora de analizar los síntomas y  reflexionar mejor sobre a qué cosas nos estamos entregando y con qué actitud.

Martín susnik

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