Fidelidad, tiempo y progreso
¿Qué es la fidelidad? ¿Es en
verdad algo importante para el ser humano? ¿Vale la pena hablar de ella en los
tiempos que corren, defenderla, luchar por ella? ¿Para qué la fidelidad?
El hombre es un ser histórico. La
existencia humana es temporal, como la del resto de la naturaleza, pero su
existencia en el tiempo es vivida de manera tridimensional, cosa que en el
resto de la naturaleza no ocurre. El hombre no vive solamente el aquí y ahora,
sino que es capaz de trascender espacio y tiempo para remitirse al pasado ya
transcurrido y adelantarse al futuro por venir, haciendo presente de alguna
manera lo que ya no es o lo que no es aún. Es cierto que lo realmente existente
es lo presente y en ese sentido no dejan de acertar los que aconsejan “vivir
plenamente el hoy”, pero eso no hace falsa la idea según la cual la mejor
manera de vivir el presente es no vivir solamente
el presente, desconectándolo del pasado y sin relacionarlo al futuro. El
ser humano es justamente el que puede interrogarse, descubrir y atesorar los
tiempos pretéritos de los cuales ha surgido el ahora y escudriñar con su previsión (limitada, pero previsión al
fin) los tiempos futuros hacia los cuales el presente se encamina. Esa es la
vivencia tridimensional del tiempo de la que el ser humano es capaz.
Es señal de vida sana cuando esas
tres dimensiones se encuentran entrelazadas entre sí. La unidad es señal de ser
y de plenitud, mientras que la fragmentación es señal de imperfección y
corrupción. Las cosas se corrompen (dejan de ser) cuando se desmiembran, cuando
pierden aquello que las mantenía unificadas e indivisas. Lo mismo vale para la
tridimensional existencia temporal humana: la fragmentación inconexa, la
ruptura entre lo ya vivido, lo que se vive y lo por vivir resta plenitud y
robustez a la existencia del hombre, mientras que el entrelazamiento de pasado,
presente y futuro da firmeza y solidez.
La virtud que permite ese
entrelazarse de los tiempos y esa unidad es justamente la fidelidad. Guardini
la describe como “una fuerza que supera el tiempo, es decir, la transformación
y la pérdida, pero no como la dureza de la piedra, en firmeza fija, sino
creciendo y creando de modo vivo.”[1]
Ser fiel no significa querer detener el paso del tiempo y los cambios que en el
campo de la temporalidad son inevitables, sino tener la valentía y la fuerza
para abrazar una y otra vez las mismas convicciones que hemos reconocido como
buenas, los valores y las causas que admitimos como justos, las personas con
las cuales nos hemos comprometido en relación, y en ser capaces a la vez de
favorecer, a través de los cambios, el crecimiento y plenitud de aquello que es
bueno. La fidelidad es la virtud por la cual la persona humana logra de alguna
manera trascender la temporalidad, no negándola sino descubriendo en la
existencia temporal la imagen de la eternidad.
La fidelidad es también la virtud
que ayuda a sortear tanto la tentación de la afanosa fuga hacia lo nuevo como
la del exagerado tradicionalismo. Estos dos extremos se fundan en una misma
flaqueza: la imposibilidad o el temor ante la realidad. El tradicionalista
exagerado teme los cambios porque estos conllevan siempre una dosis de
incertidumbre sobre la que él no tiene dominio, por ello busca refugio en el
pequeño mundo que él mismo construyó con aquello que le resulta hartamente
conocido y de lo cual no quiere moverse. El que afanosamente persigue lo
novedoso, por su parte, huye hacia el futuro y necesita del cambio incesante
porque por su flaqueza espiritual es
incapaz de alcanzar profundidad en su relación con lo real, por ello toda
perseverancia se convierte para él en aburrimiento. Ambas posturas entorpecen
el verdadero progreso. La primera, porque pretende detener la marcha, la
segunda, porque su marcha cambia incesantemente de dirección.[2]
Curiosamente, tal vez una de las
razones por las que la fidelidad no goce de tanto éxito en los tiempos que
corren consista justamente en la creencia de que la fidelidad obstaculiza el
avance y el progreso. Pero eso a su vez se debe a que hay no poca confusión
sobre lo que sería verdaderamente avanzar y progresar. Para la mentalidad
contemporánea promedio el progreso parece consistir en la modificación, la
alteración y el cambio permanente, como si tuviera una existencia más dinámica
y vital quien continuamente cambia sus metas sin instalarse ni permanecer en
nada ni en nadie. Esto se puede observar en la vida afectiva, en la vida
laboral, en la intelectual, en lo estético, en el ámbito del consumo, etc. Por
ello algunos intelectuales hablan sobre la “vida líquida” como el modo de vida
habitual de la sociedad contemporánea, en la cual no es posible hallar ninguna
estabilidad ni mantener ningún rumbo determinado,[3] o
sobre la “era de plástico”, en la cual todo está pensado y hecho para una
utilización efímera, donde las relaciones son poco duraderas y todo se
convierte rápidamente en deshecho, obligando al sujeto a pasar a otra cosa
distinta.[4]
Todo esto puede parecer a primera vista algo muy dinámico, pero en esencia es
una solapada manera de inmovilidad. Quien incesantemente muta de dirección no
avanza en definitiva a ninguna parte. El auténtico avance sólo es posible en la
fidelidad, pues el hombre fiel se encamina hacia el futuro manteniendo una
misma senda en la que sus pasos nuevos van en la misma dirección que los pasos
anteriores. El fiel se amiga con los cambios no para fugarse de la realidad
existente, sino porque encuentra en ellos la posibilidad para el crecimiento de
esa realidad. En ese caso hay verdadero progreso, pues los cambios y las
modificaciones se entrelazan con la permanencia. Martín Susnik
[1] R. Guardini, Una
ética para nuestro tiempo, Lumen, Buenos Aires, 1994, p. 99
[2] Sobre la afanosa búsqueda
de lo nuevo y la oposición a toda novedad cfr. E. Komar, La salida del letargo,
Ed. Sabiduría Cristiana, Buenos Aires, 2013, pp. 7-31
[3] cfr. Z. Bauman, Vida
líquida, Paidós, Buenos Aires, 2006.
[4] cfr. E. Rojas, El
hombre light, Planeta, Buenos Aires, 1992, p. 17
¡Muy bueno Martín! Me encantó el tema y cómo lo abordaste, comparto absolutamente tus ideas. ¡Te refelicito! Un orgullo haber sido tu alumna... =)
ResponderBorrarGracias Belén!! Abrazo grande a la distancia
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