sábado, 2 de mayo de 2015

Fidelidad (I)

Fidelidad, tiempo y progreso

¿Qué es la fidelidad? ¿Es en verdad algo importante para el ser humano? ¿Vale la pena hablar de ella en los tiempos que corren, defenderla, luchar por ella? ¿Para qué la fidelidad?
El hombre es un ser histórico. La existencia humana es temporal, como la del resto de la naturaleza, pero su existencia en el tiempo es vivida de manera tridimensional, cosa que en el resto de la naturaleza no ocurre. El hombre no vive solamente el aquí y ahora, sino que es capaz de trascender espacio y tiempo para remitirse al pasado ya transcurrido y adelantarse al futuro por venir, haciendo presente de alguna manera lo que ya no es o lo que no es aún. Es cierto que lo realmente existente es lo presente y en ese sentido no dejan de acertar los que aconsejan “vivir plenamente el hoy”, pero eso no hace falsa la idea según la cual la mejor manera de vivir el presente es no vivir solamente el presente, desconectándolo del pasado y sin relacionarlo al futuro. El ser humano es justamente el que puede interrogarse, descubrir y atesorar los tiempos pretéritos de los cuales ha surgido el ahora y escudriñar con su previsión (limitada, pero previsión al fin) los tiempos futuros hacia los cuales el presente se encamina. Esa es la vivencia tridimensional del tiempo de la que el ser humano es capaz.



Es señal de vida sana cuando esas tres dimensiones se encuentran entrelazadas entre sí. La unidad es señal de ser y de plenitud, mientras que la fragmentación es señal de imperfección y corrupción. Las cosas se corrompen (dejan de ser) cuando se desmiembran, cuando pierden aquello que las mantenía unificadas e indivisas. Lo mismo vale para la tridimensional existencia temporal humana: la fragmentación inconexa, la ruptura entre lo ya vivido, lo que se vive y lo por vivir resta plenitud y robustez a la existencia del hombre, mientras que el entrelazamiento de pasado, presente y futuro da firmeza y solidez.
La virtud que permite ese entrelazarse de los tiempos y esa unidad es justamente la fidelidad. Guardini la describe como “una fuerza que supera el tiempo, es decir, la transformación y la pérdida, pero no como la dureza de la piedra, en firmeza fija, sino creciendo y creando de modo vivo.”[1] Ser fiel no significa querer detener el paso del tiempo y los cambios que en el campo de la temporalidad son inevitables, sino tener la valentía y la fuerza para abrazar una y otra vez las mismas convicciones que hemos reconocido como buenas, los valores y las causas que admitimos como justos, las personas con las cuales nos hemos comprometido en relación, y en ser capaces a la vez de favorecer, a través de los cambios, el crecimiento y plenitud de aquello que es bueno. La fidelidad es la virtud por la cual la persona humana logra de alguna manera trascender la temporalidad, no negándola sino descubriendo en la existencia temporal la imagen de la eternidad.
La fidelidad es también la virtud que ayuda a sortear tanto la tentación de la afanosa fuga hacia lo nuevo como la del exagerado tradicionalismo. Estos dos extremos se fundan en una misma flaqueza: la imposibilidad o el temor ante la realidad. El tradicionalista exagerado teme los cambios porque estos conllevan siempre una dosis de incertidumbre sobre la que él no tiene dominio, por ello busca refugio en el pequeño mundo que él mismo construyó con aquello que le resulta hartamente conocido y de lo cual no quiere moverse. El que afanosamente persigue lo novedoso, por su parte, huye hacia el futuro y necesita del cambio incesante porque por su flaqueza espiritual  es incapaz de alcanzar profundidad en su relación con lo real, por ello toda perseverancia se convierte para él en aburrimiento. Ambas posturas entorpecen el verdadero progreso. La primera, porque pretende detener la marcha, la segunda, porque su marcha cambia incesantemente de dirección.[2]



Curiosamente, tal vez una de las razones por las que la fidelidad no goce de tanto éxito en los tiempos que corren consista justamente en la creencia de que la fidelidad obstaculiza el avance y el progreso. Pero eso a su vez se debe a que hay no poca confusión sobre lo que sería verdaderamente avanzar y progresar. Para la mentalidad contemporánea promedio el progreso parece consistir en la modificación, la alteración y el cambio permanente, como si tuviera una existencia más dinámica y vital quien continuamente cambia sus metas sin instalarse ni permanecer en nada ni en nadie. Esto se puede observar en la vida afectiva, en la vida laboral, en la intelectual, en lo estético, en el ámbito del consumo, etc. Por ello algunos intelectuales hablan sobre la “vida líquida” como el modo de vida habitual de la sociedad contemporánea, en la cual no es posible hallar ninguna estabilidad ni mantener ningún rumbo determinado,[3] o sobre la “era de plástico”, en la cual todo está pensado y hecho para una utilización efímera, donde las relaciones son poco duraderas y todo se convierte rápidamente en deshecho, obligando al sujeto a pasar a otra cosa distinta.[4] Todo esto puede parecer a primera vista algo muy dinámico, pero en esencia es una solapada manera de inmovilidad. Quien incesantemente muta de dirección no avanza en definitiva a ninguna parte. El auténtico avance sólo es posible en la fidelidad, pues el hombre fiel se encamina hacia el futuro manteniendo una misma senda en la que sus pasos nuevos van en la misma dirección que los pasos anteriores. El fiel se amiga con los cambios no para fugarse de la realidad existente, sino porque encuentra en ellos la posibilidad para el crecimiento de esa realidad. En ese caso hay verdadero progreso, pues los cambios y las modificaciones se entrelazan con la permanencia. Martín Susnik







[1] R. Guardini, Una ética para nuestro tiempo, Lumen, Buenos Aires, 1994, p. 99
[2] Sobre la afanosa búsqueda de lo nuevo y la oposición a toda novedad cfr. E. Komar, La salida del letargo, Ed. Sabiduría Cristiana, Buenos Aires, 2013, pp. 7-31
[3] cfr. Z. Bauman, Vida líquida, Paidós, Buenos Aires, 2006.
[4] cfr. E. Rojas, El hombre light, Planeta, Buenos Aires, 1992, p. 17

2 comentarios:

  1. ¡Muy bueno Martín! Me encantó el tema y cómo lo abordaste, comparto absolutamente tus ideas. ¡Te refelicito! Un orgullo haber sido tu alumna... =)

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  2. Gracias Belén!! Abrazo grande a la distancia

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