sábado, 9 de mayo de 2015

Fidelidad (IV)

Fidelidad y profundidad

Para que fidelidad y libertad efectivamente no sean vividas como opuestos, es decir, para que el hombre se decida libremente por la fidelidad es de no poca importancia que tenga para ello razones sólidas y claras. A veces surgen preguntas como ¿para qué seguir con esto? ¿por qué habríamos de ser constantes en tal o cual cosa? Es razonable que de vez en cuando, por ejemplo en los momentos de crisis, surjan las dudas o el cansancio.
Ante interrogantes de ese tipo no hay por qué escapar. Si les escapamos podría ser eso una señal de que les tenemos miedo y eso a su vez una señal de que no estamos suficientemente convencidos sobre las respuestas que habríamos de dar a esos interrogantes.
Una actitud de fuga ante esas preguntas tal vez logre como resultado una constancia ciega que en última instancia es testarudez, apenas una mascarada de lo que la fidelidad es en verdad. Podemos apoyarnos en la mera costumbre o en algún infundamentado sentido del deber, podemos conformarnos con la idea de que las cosas han sido siempre así y así tienen que seguir siendo… A la larga son construcciones sobre arena que se desmoronan tarde o temprano. Las generaciones jóvenes tienen para ello un olfato especial: con rapidez les nace la sospecha de que con el deber por el deber mismo o con el solo fundamento de la costumbre no es suficiente. Y en verdad no lo es. La rutina, la tradición autojustificada no alcanzan para mover la voluntad. La voluntad tiende hacia el bien que es su objeto. Por eso, una y otra vez es necesario buscar y reencontrar todo lo bueno que pueda tener una fidelidad determinada o, para decir mejor, todo lo bueno que puede haber en aquello para con lo cual hemos de ser fieles.
¿Para qué seguir? ¿Por qué mantenernos fieles a esto o aquello? No sólo no hay que escapar ante esas preguntas, sino que en algunas oportunidades debemos incluso fomentarlas.
Una auténtica fidelidad necesita de lucidez y de una mirada profunda. Para la persona superficial la fidelidad resulta una pesada carga, si no una tarea imposible. Quien vive en la superficialidad sólo puede tener una relación superficial con la realidad, por tanto alcanza las cosas sólo en su superficie, lo cual no puede alimentarlo más que insatisfactoria y transitoriamente. La superficialidad causa la sensación de vacío y ésta causa a su vez el tedio, el tedio genera inconstancia y el deseo de fugarse a otra cosa distinta. Por ello el hombre superficial siente la necesidad de pasar a algo diferente y abandonar lo previo, considerando que lo anterior ya no tiene nada más para ofrecerle. La persona profunda, en cambio, alcanza una relación profunda con la realidad pues puede penetrar en ella hondamente. Se interna en las esencias de las cosas, logra con ellas un encuentro íntimo que es también un encuentro caracterizado por la riqueza, la abundancia y la fecundidad. Penetrando en lo esencial logra descubrir cada vez más y alimentarse cada vez más pues lo esencial es inagotable. Así puede ser fiel ya que la profundidad de la realidad le ofrece continuamente algo nuevo dentro de lo mismo y su entusiasmo es capaz de mantenerse y crecer sin tener que pasar a otra cosa distinta.



Esto vale también para la “relación” del hombre consigo mismo, de la cual depende la manera en que cada uno ha de relacionarse con lo otro. Cuanto más es uno capaz de habitar en la hondura de su propia intimidad, mejores posibilidades tendrá de ser fiel a sí mismo. Cuanto más penetre en sí mismo, mejor sabrá descubrir también que él no es el fuente de su propio ser ni fundamento último de sí, por lo tanto se le renovarán las posibilidades de fortalecer la relación de fidelidad para con Aquel que le da el ser. Cuanto más se conozca a sí mismo, mejor visión tendrá también de sus raíces, de sus pertenencia a una cultura y a una comunidad determinadas, y así, por un lado, fortalecerá su relación de fidelidad para con ellas y, en una virtuosa circularidad, crecerá también en autenticidad y fidelidad a sí mismo, siendo fiel a aquello a lo que pertenece y que es lo “suyo”.Martín Susnik 

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