martes, 10 de febrero de 2015

Cuatro aspectos del trabajo (II)

En la entrada anterior hemos hecho mención del trabajo como necesidad y como capacidad de transformar el mundo. Añadimos a continuación un tercer aspecto.


El trabajo como camino de crecimiento personal:

Es habitual que, en algunos ámbitos, se relacione el concepto de lo laboral con el concepto de vocación. Y si bien es cierto que el concepto de vocación es en realidad más amplio y que delimitarlo al campo laboral significaría empobrecerlo, ya que la vocación tiene que ver con la existencia toda del hombre, puede resultar fructífero tener en cuenta que la vocación está indudablemente ligada (también) a esa parcela específica de nuestro existir que es nuestro trabajo laboral.
El término vocación significa etimológicamente «llamado» (del latín vocare: llamar, convocar). La vocación de cada uno es un llamado a ser el que cada uno es, con sus propios talentos, capacidades, aptitudes; una convocatoria a ser actualmente lo que cada uno es potencialmente.


En la elección de la propia profesión laboral (si es que la elección resulta posible, lo cual no siempre sucede) influyen indudablemente diversos factores, muchos de los cuales están relacionados con lo económico y la posibilidad de alcanzar éxito en ese campo, o al menos garantizar la subsistencia y el nivel de vida deseado. Sobre su importancia ya hemos hablado al reflexionar sobre el trabajo como necesidad. Pero, sin restarle jerarquía a este punto, debemos señalar que existe el peligro de que esos factores adquieran un protagonismo exclusivo y le resten valor a este otro factor, que también reviste importancia, y no poca por cierto: el llamado a ser uno mismo y plenificarse en el camino de lo propio. Este peligro debe ser considerado seriamente, dado que conlleva efectos graves a largo plazo: la posible inautenticidad de la propia existencia y la consecuente frustración.

He aquí que resulta de suma relevancia el profundizar a su debido tiempo, silenciosa y sinceramente en el conocimiento de uno mismo –como insistía ya el amigo Sócrates– para poder descubrir de la manera más luminosa posible quién es uno, para qué está hecho y qué es lo que uno en definitiva puede y quiere llegar a ser. Sólo sobre la base de un autoconocimiento sólido será posible una auténtica libertad y un verdadero crecimiento, con la profunda satisfacción que acarrea el hecho de saber que uno está «en el lugar que le corresponde» y no yendo a la deriva. Esa es la base de la vocación: poder captar el llamado y responder a él adecuadamente.


En la frustración hay ante todo un engaño, es decir, que la realización de un impulso, de un deseo, de una volición está vinculada estrechamente al acierto y que, si no hemos acertado, nos hemos frustrado. Entonces no es solamente un problema de impulso, de energía, de tendencia, sino también de adonde va este impulso, si va al centro, si está acertado o está desacertado.
La frustración tiene mucho de desacierto. El desacierto es absolutamente inevitable si la realidad acerca de mí no me interesa, pues de esta manera pierdo de vista lo que me conviene. La elección entre varios valores, su comparación, es posible si tengo claro qué es aquello que de veras quiero. Si no conozco la verdad acerca de mí mismo, no puedo decidir bien. El conocimiento de sí mismo es una sólida valla contra la frustración, contra las críticas extremas y produce no ya insensibilidad, pero sí una cierta independencia frente al qué dirán. [...]
Toda la vida ética está marcada entre dos principios. Uno es el “Conócete a ti mismo”, inscripto en el Oráculo de Delfos, en Grecia, y del cual hizo un programa de filosofía Sócrates. Hay que entenderlo dinámicamente: conocerme siempre más y mejor. Es el punto de partida de toda vida ética, de toda realización personal. El segundo dice: “Sé lo que eres”. Es del poeta griego Píndaro. Sé actualmente lo que ya eres potencialmente. En la medida en que nos estamos conociendo como somos, tenemos que realizarnos. [...]
El hombre necesita llegar a lo alto, pero no puede ser perfecto si no lo es en su línea. Tiene que elaborar su rostro, explicitar sus posibilidades, no las de su vecino. 

(E. Komar, LA VERDAD COMO VIGENCIA Y DINAMISMO, Sabiduría Cristiana, p. 24-25)


En relación con este tema del crecimiento personal y la propia plenificación cabe mencionar algo más: el verdadero crecimiento se da a través de la formación de buenos hábitos. El tema de la adquisición y fortalecimiento de la virtudes es, en consecuencia, un tema central en lo referente al propio progreso.
El ámbito laboral es un ámbito en el que inevitablemente formamos nuestros hábitos y moldeamos con ellos nuestro modo de ser, para bien o para mal. El tiempo dedicado diariamente al trabajo e incluso el carácter repetitivo que a veces adquiere la ocupación laboral, la cotidianeidad con la que uno se enfrenta a las propias obligaciones, pueden resultar un espacio de lo más propicio para que las virtudes surjan, crezcan y se impregnen en la propia personalidad con una fuerza creciente. Es este un ámbito oportuno para desarrollar la propia capacidad de responsabilidad, la seriedad en el modo de encarar las cosas, la sociabilidad, el respeto y la preocupación por el otro, el temple para enfrentar las adversidades, la paciencia, la confianza en sí mismo, e innumerables cualidades más que nos permiten crecer como seres humanos.

Recordemos que el hombre no puede no cambiar, por ser un ente sujeto al paso del tiempo, y tampoco puede no formar hábitos. En consecuencia es esencial, también en el ámbito laboral, el aprovechamiento de esta posibilidad de formar hábitos buenos (virtudes), de lo contrario se irán formando inevitablemente hábitos negativos (vicios) que entorpecerán nuestro desarrollo. El que no es responsable, crece en su irresponsabilidad; el que no progresa en su fortaleza, alimenta sus debilidades; el que no se abre a los demás, se cierra cada vez más en sí mismo, etc.
Martín Susnik

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