En la entrada anterior hemos hecho mención del trabajo como necesidad y como capacidad de transformar el mundo. Añadimos a continuación un tercer aspecto.
El trabajo como camino de crecimiento personal:
Es habitual que, en algunos ámbitos, se relacione el
concepto de lo laboral con el concepto de vocación.
Y si bien es cierto que el concepto de vocación
es en realidad más amplio y que delimitarlo al campo laboral significaría
empobrecerlo, ya que la vocación tiene que ver con la existencia toda del
hombre, puede resultar fructífero tener en cuenta que la vocación está
indudablemente ligada (también) a esa parcela específica de nuestro existir que
es nuestro trabajo laboral.
El término vocación
significa etimológicamente «llamado»
(del latín vocare: llamar, convocar).
La vocación de cada uno es un llamado a ser el que cada uno es, con sus propios
talentos, capacidades, aptitudes; una convocatoria a ser actualmente lo que
cada uno es potencialmente.
En la elección de la propia profesión laboral (si es que la elección resulta posible, lo cual no siempre sucede) influyen indudablemente diversos factores, muchos de los cuales están relacionados con lo económico y la posibilidad de alcanzar éxito en ese campo, o al menos garantizar la subsistencia y el nivel de vida deseado. Sobre su importancia ya hemos hablado al reflexionar sobre el trabajo como necesidad. Pero, sin restarle jerarquía a este punto, debemos señalar que existe el peligro de que esos factores adquieran un protagonismo exclusivo y le resten valor a este otro factor, que también reviste importancia, y no poca por cierto: el llamado a ser uno mismo y plenificarse en el camino de lo propio. Este peligro debe ser considerado seriamente, dado que conlleva efectos graves a largo plazo: la posible inautenticidad de la propia existencia y la consecuente frustración.
He aquí que resulta de suma relevancia el profundizar
a su debido tiempo, silenciosa y sinceramente en el conocimiento de uno mismo
–como insistía ya el amigo Sócrates– para poder descubrir de la manera más
luminosa posible quién es uno, para qué está hecho y qué es lo que uno en
definitiva puede y quiere llegar a ser. Sólo sobre la base de un
autoconocimiento sólido será posible una auténtica libertad y un verdadero
crecimiento, con la profunda satisfacción que acarrea el hecho de saber que uno
está «en el lugar que le corresponde» y no yendo a la deriva. Esa es la base de
la vocación: poder captar el llamado
y responder a él adecuadamente.
(E. Komar,
En la frustración hay ante todo un engaño, es
decir, que la realización de un impulso, de un deseo, de una volición está
vinculada estrechamente al acierto y que, si no hemos acertado, nos hemos
frustrado. Entonces no es solamente un problema de impulso, de energía, de
tendencia, sino también de adonde va este impulso, si va al centro, si está
acertado o está desacertado.
La frustración tiene mucho de desacierto. El
desacierto es absolutamente inevitable si la realidad acerca de mí no me
interesa, pues de esta manera pierdo de vista lo que me conviene. La elección
entre varios valores, su comparación, es posible si tengo claro qué es aquello
que de veras quiero. Si no conozco la verdad acerca de mí mismo, no puedo
decidir bien. El conocimiento de sí mismo es una sólida valla contra la
frustración, contra las críticas extremas y produce no ya insensibilidad, pero
sí una cierta independencia frente al qué dirán. [...]
Toda la vida ética está marcada entre dos
principios. Uno es el “Conócete a ti mismo”, inscripto en el Oráculo de Delfos,
en Grecia, y del cual hizo un programa de filosofía Sócrates. Hay que entenderlo
dinámicamente: conocerme siempre más y mejor. Es el punto de partida de toda
vida ética, de toda realización personal. El segundo dice: “Sé lo que eres”. Es
del poeta griego Píndaro. Sé actualmente lo que ya eres potencialmente. En la
medida en que nos estamos conociendo como somos, tenemos que realizarnos. [...]
El hombre necesita llegar a lo alto, pero no
puede ser perfecto si no lo es en su línea. Tiene que elaborar su rostro,
explicitar sus posibilidades, no las de su vecino.
(E. Komar,
LA VERDAD COMO
VIGENCIA Y DINAMISMO, Sabiduría Cristiana, p. 24-25)
En relación con este tema del crecimiento personal y
la propia plenificación cabe mencionar algo más: el verdadero crecimiento se da
a través de la formación de buenos hábitos. El tema de la adquisición y
fortalecimiento de la virtudes es, en consecuencia, un tema central en lo
referente al propio progreso.
El ámbito laboral es un ámbito en el que
inevitablemente formamos nuestros hábitos y moldeamos con ellos nuestro modo de
ser, para bien o para mal. El tiempo dedicado diariamente al trabajo e incluso
el carácter repetitivo que a veces adquiere la ocupación laboral, la
cotidianeidad con la que uno se enfrenta a las propias obligaciones, pueden
resultar un espacio de lo más propicio para que las virtudes surjan, crezcan y
se impregnen en la propia personalidad con una fuerza creciente. Es este un
ámbito oportuno para desarrollar la propia capacidad de responsabilidad, la
seriedad en el modo de encarar las cosas, la sociabilidad, el respeto y la
preocupación por el otro, el temple para enfrentar las adversidades, la
paciencia, la confianza en sí mismo, e innumerables cualidades más que nos permiten
crecer como seres humanos.
Recordemos que el hombre no puede no cambiar, por ser
un ente sujeto al paso del tiempo, y tampoco puede no formar hábitos. En
consecuencia es esencial, también en el ámbito laboral, el aprovechamiento de
esta posibilidad de formar hábitos buenos (virtudes), de lo contrario se irán
formando inevitablemente hábitos negativos (vicios) que entorpecerán nuestro
desarrollo. El que no es responsable, crece en su irresponsabilidad; el que no
progresa en su fortaleza, alimenta sus debilidades; el que no se abre a los
demás, se cierra cada vez más en sí mismo, etc.
Martín Susnik
Martín Susnik
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