El problema de que todo tenga que servir para algo...
Lo curioso no es que hagamos uso
de los instrumentos (que para eso están ¿o no?), lo curioso sería tal vez
preguntarnos con cuántas realidades nos relacionamos de esta manera
instrumental-utilitaria. Es razonable que nos relacionemos de esta manera con
los utensilios de cocina, con los pinceles, incluso con el violín. ¿Acaso no
nos relacionamos de tal forma con todos los artefactos? El automóvil es un
instrumento para trasladarnos, el televisor para entretenernos (¿y acaso algo
más?), la cama para descansar (y, con suerte, algo más...), el teléfono para comunicarnos con otros (e infinitas cosas más)… Miremos
nuestro entorno y tal vez nos sorprendamos de la cantidad de instrumentos que
nos rodean. ¿Acaso hay algo que quede fuera de ese grupo? ¿Todo lo que nos
rodea se define por su carácter instrumental, por su utilidad?
¿Y qué ocurre con nuestras
acciones, aquellas para cuya realización nos servimos de la utilidad de estos
instrumentos? ¿Acaso no las llevamos a cabo también por su utilidad, por su funcionalidad para acceder con ellas a
otra cosa? ¿No son también nuestras acciones como instrumentos, como medios-para? Por ejemplo, ¿no estudiamos
una carrera para luego dedicarnos laboralmente a una especialidad? ¿Y no
trabajamos en una especialidad para poder ganar un salario? ¿No utilizamos ese
dinero ganado para adquirir cosas (comida, ropa, teléfonos, televisores, un
automóvil, utensilios de cocina, y eventualmente un violín…). Pero entonces nuestros
estudios, nuestros trabajos, etc., también revisten un rasgo instrumental y su
sentido y valor reside también en ser útil para otra cosa. ¿Y qué pasa cuando
no estudiamos/trabajamos? Podríamos creer que el descanso al que dedicamos
nuestro tiempo libre no tiene un rasgo instrumental, pero ¿acaso no descansamos
para poder reponer las fuerzas que luego nos permitirán volver al estudio o al
trabajo? Entonces también el descanso se convierte en un medio-para, en
instrumento…[1]
Y si, en efecto, nos relacionamos
instrumentalmente no sólo con las cosas, sino también con nuestras mismas
actividades (y hasta con el cese de las mismas) ¿qué queda entonces para
nosotros mismos? ¿Nos hemos convertido nosotros mismos en instrumentos?
¿Instrumentos para qué, para quién? ¿Quién se sirve de nosotros?
¿Y qué pasa con los demás? ¿Son
también los demás unos instrumentos de los cuales nos servimos buscando una
utilidad? ¿Será cierto aquello que decía Hegel: “Como al hombre todo le es útil, lo es también él,
y su destino consiste asimismo en hacerse miembro de la tropa de utilidad y
universalmente utilizable.”?
¿Es toda la realidad, incluyéndonos
a nosotros mismos, un conjunto de medios útiles para otra cosa? Pero ¿para qué “cosa”
en definitiva? Los medios se definen en cuanto tales por su relación con los
fines, pero ¿qué queda de su sentido si, a la larga, todos los supuestos fines
no son más que otros tantos medios, meros instrumentos, útiles? Una sensación
de asfixia nos envuelve… Si el sentido de todo se reduce a su carácter útil,
instrumental, entonces parecería más bien que el todo carece de sentido. Es una
alternativa, y no pocos la aceptarían de hecho. Nos parece, sin embargo, que no
es la única. La otra posibilidad es que no todo sea un medio, que no todo sea instrumentalizable, que haya fines que
lo sean en sí mismos y que aun aquellas realidades que pueden ser utilizadas
como medios puedan ser miradas sin necesidad de ese afán utilitario.
Quizás se torne imperiosa la
necesidad de superar la mirada utilitaria de lo real para poder recobrar la
experiencia de su sentido. Quizás haya que adquirir esa curiosa habilidad –difícil
de hallar en nuestro tiempo– de suspender la pregunta “¿para qué (me) sirve?” y
volverse capaz de dejarse iluminar por el “qué es”.
El aire vuelve a los pulmones...
Las cosas tienen algo para contarnos pues tienen para decirnos lo que son. Pero para oírlo hay que superar la
actitud instrumental. La actitud utilitaria se vuelve sorda porque no tiene
reales intenciones de escuchar; sólo está atenta a lo que la realidad tiene de
servil para sus propios caprichos. Mejor sería decir que, justamente, no está “atenta”
porque lo que escucha es en realidad su propio capricho y no las cosas. La
mirada instrumental sólo ve lo que la realidad tiene de útil (de útil para nosotros y nuestros deseos), por lo cual le quedan vedados
aquellos aspectos de lo real que están más allá de lo que se busca. Al que mira
la realidad pensando solamente en el provecho que habrá sacar de ella se le
recorta la mirada; se hace incapaz de aquella amplitud que sólo es posible con
la suspensión de los propios intereses. Y se hace incapaz también de descubrir ese
aspecto de la realidad que sólo se revela a los ojos de aquel que suspende su
afán de poder, de posesión, de utilización - ese aspecto que sólo se deja ver por la mirada contemplativa: la belleza.
No se trata de negar que haya
aspectos útiles en las cosas, al menos en muchas de ellas. Se trata de superar esa manera meramente
instrumental de mirarlas, que se traduce en una mirada parcial y
subjetivizante, asfixiante en última instancia, y que a la larga resulta
probablemente también poco útil. Paradójicamente, es la mirada no instrumental
la que permite una mejor visión de lo que las cosas son (por más que también
esto se dé siempre de modo limitado) y –de yapa– seguramente también una más
provechosa capacidad para descubrir su "utilidad".
[1] Hemos compartido ya en
entradas anteriores algunas reflexiones sobre nuestra manera de vivir el tiempo
libre: http://ablfilo.blogspot.com.ar/search/label/tiempo%20libre
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