Recuperar el ocio
Para reconquistar nuestro tiempo
libre ha de ser menester recuperar el sentido clásico del “ocio”. El término ha
perdido su significación original. No se trata, ciertamente de la dispersión en
un tiempo libre enajenado, ni tampoco del simple descanso reparador, necesario
para volver después al trabajo. Aún entendiéndolo de esta última manera, el
ocio no dejaría de ser funcional al trabajo y no habríamos superado la visión
que reduce al hombre solamente a un trabajador. “La pausa se hace para el
trabajo. Su misión es suministrar «nuevas fuerzas para trabajar de nuevo», como
el concepto de descanso reparador indica; uno se repone tanto del trabajo como
para el trabajo”[1] En cambio de lo que aquí
se trata es de volver a recuperar lo que trasciende ese “mundo del trabajo”[2] y que,
sin embargo, pertenece esencialmente a las exigencias de la naturaleza humana;
lo que para el hombre es una real necesidad, no ya para vivir y sobrevivir,
sino para lograr una vida plenamente humana.
El desprevenido lector
contemporáneo podría sorprenderse al descubrir que Aristóteles deja en claro
que la felicidad no ha de buscarse en el descanso reparador y la diversión (puesto
que estos no son más que medios en vistas a poder retomar la actividad)[3] pero,
a la vez y en la misma obra, afirma que “trabajamos para tener ocio”.[4] Se
nos antojaría pensar que hay en ello una contradicción o que el filósofo está
hablando de una circularidad que oscila pendularmente entre trabajo y descanso.
Pero eso ocurre porque nos hemos acostumbrado a identificar “descanso y
diversión” con “ocio”, cosa que no hace el filósofo de Estagira. Nosotros hemos
reducido el ocio al descanso laboral, quizás porque hemos reducido al hombre a
un trabajador, y por lo tanto a su tiempo libre como mero descanso del trabajo
o como fuga de la situación angustiante que la vida laboral le genera.
El tiempo libre, si ha de ser
plenamente libre y además liberador, no puede reducirse a un tiempo funcional
al mundo del trabajo, sino que ha de ser una elevación por sobre la
funcionalidad laboral del hombre (“La simple pausa en el trabajo, ya dure ésta una hora o una semana o más aún, sigue perteneciendo a la vida del trabajo cotidiano. Está incluida en el transcurso cronológico de la jornada de trabajo, es una parte de él. […] El ocio corta perpendicularmente el término de la jornada del trabajo. […] El ocio no encuentra su justificación en el hecho de que el «funcionario» actúe en la medida de lo posible sin tropiezos y sin fallos, sino en el hecho de que el funcionario continúe siendo hombre.”[5]) Tampoco
puede reducirse a un tiempo dedicado a la relación con el placer enajenante que
pretende anestesiar al hombre de su aburrimiento (ver entrada anterior). Ha de ser un tiempo que
favorezca en el sujeto una íntima presencia en sí mismo y, en consecuencia, una
relación plenamente humana con las cosas.
Ya hemos señalado en previos posteos que no se trata
de una cuestión solamente “material”, sino de una actitud interior. No alcanza
con decir a qué dedicar el tiempo libre (si dedicarlo al conocimiento, al arte,
a la relación con el prójimo, a lo religioso), sino posar la mirada crítica
sobre la manera en que nos relacionamos con estas y otras cuestiones. Se puede
uno relacionar alienadamente con el conocimiento, cuando en esa relación se
impone una actitud posesiva, racionalizadora, objetivante, dominadora[6];
pero también es posible recuperar la vocación contemplativa a la que está
llamado el hombre y a la que lo invitan los misterios del mundo y su verdad. Es
factible que tengamos una relación alienada con el arte, haciendo uso de él
como ocasión de distracción, pero también somos capaces de entregarnos al
encuentro fecundo y purificador que el buen arte es capaz de realizar sobre el
espectador que se abre a la belleza. Se puede tener una relación alienante y
narcisista con el prójimo, reduciéndolo a instrumento, cosificándolo desde una
mirada utilitarista que redunda en una cosificación de nosotros mismos, o bien
subsumiéndonos y diluyéndonos en el grupo para convertirnos en los autómatas
que los demás esperan que seamos[7],
pero también podemos superar esa actitud mezquina y esforzarnos en la auténtica
entrega al otro que permite el diálogo fértil de las intimidades personales que
se unen sin perder su propia individualidad y potenciándola en esa unión. Muchas
veces tenemos una relación alienante con lo Sagrado, convirtiendo la actitud
religiosa en vía de escape, de sumisión masoquista e idolátrica[8],
pero también es posible participar de una relación íntima y profunda con Aquel
que nos trasciende infinitamente y a la vez habita como fundamento en nuestra
profunda intimidad.
Cuando estas vivencias se dan de
modo enajenado, por más que se disfracen de placer, seguirán alejándonos de
nosotros mismos y de nuestra libertad. Pero pueden estimular nuestra
autoposesión cuando nos entregamos a ellas desde nuestra profundidad personal y
logramos descubrir que no se trata de exigencias que nos sean ajenas, sino de
reclamos de nuestro propio modo de ser. Entonces podremos descubrir también que
“lo que es propio de cada uno por naturaleza es lo mejor y los más agradable
para cada uno”.[9]
Martín Susnik
[1] J. Pieper, El Ocio y la
Vida Intelectual, p. 49
[2] Por “mundo del trabajo” entendemos, siguiendo a Pieper, “el mundo
del día de labor, el mundo de la utilización, del servicio a fines, del
resultado o producto, del ejercicio de una función; es el mundo de las
necesidades y del rendimiento, el mundo del hambre y de su satisfacción.” Cfr. ¿Qué significa filosofar? en El ocio y la Vida Intelectual, pp.
80-81
[3] Ética a Nicómaco, 1176
b 34: “Ocuparse y trabajar por causa de la diversión parece necio y muy pueril;
en cambio, divertirse para afanarse después parece, como dice Anacarsis, estar
bien; porque la diversión es como un descanso, y como los hombres no pueden
estar trabajando continuamente, necesitan descanso. El descanso, por tanto, no
es un fin, porque tiene lugar por causa de la actividad.”
[4] Ibidem 1177 b 4
[5] J. Pieper, op. cit., pp.49-50.
[6] Cfr. E. Fromm, ¿Tener o
Ser?, pp. 53-55 y 145; Psicoanálisis
de la sociedad contemporánea, pp. 61-63, 145-147 (en estas páginas
encontramos una interesante coincidencia con la distinción entre ratio e intellectus que realiza la filosofía de inspiración clásica y a la
que también se refiere Pieper en El ocio
y la Vida Intelectual, pp. 21 ss.)
[7] Cfr. El miedo a la libertad,
Paidós, Buenos Aires, 2004, pp- 146-158, 183 y ss.; Psiconanálisis de la sociedad contemporánea, p. 58-60.
[8] Para la posición de Fromm sobre estas cuestiones cfr. ¿Tener o Ser? pp. 55-57; Ética y psicoanálisis, pp.213 y ss; Psicología de la sociedad contemporánea 150;
El arte de amar, pp. 67 y ss.
[9] Aristóteles, Ética a
Nicómaco, 1178 a 5.