Benito Prieto "Paz y guerra" Fuente: http://www.alfayomega.es/ |
Postmodernidad y “racionalidades múltiples”
A fines de los
años ochenta el filósofo italiano Gianni Vattimo analizaba en su libro “La
sociedad transparente” el papel determinante de los medios masivos de
comunicación en la denominada sociedad postmoderna.
Su tesis es que los mass media
desempeñaron un rol determinante en el nacimiento de tal sociedad, una sociedad
que no es más “transparente” (en el sentido de que fuera más “iluminada”,
consciente de sí, más conocedora de “la realidad”) sino más compleja, plural,
“contaminada” incluso, caótica y, en la cual, tiene lugar la liberación de las
diferencias y la aparición de lo que Vattimo denomina “racionalidades
múltiples” que superan la pretensión de una racionalidad unitaria, de una
visión única (que hasta aquí había sido además eurocéntrica) de la historia, de
la cultura y de las cosas en general.
En su análisis,
Vattimo se diferencia de la preocupación que tenía Adorno, quien en lo
referente a los medios de comunicación de masas preveía que éstos conducirían a
una homologación de la sociedad a través de la propaganda y la imposición de
una visión determinada del mundo, generando tierra fértil para la formación de
nuevas dictaduras y gobiernos totalitarios. La tesis de Vattimo es que la
proliferación de los medios masivos de comunicación, por un lado y como hemos
dicho, no ha conducido al ideal ilustrado de una sociedad transparente, ni tampoco a una homogeneización del pensamiento
general, a una monopolización de parte de poderes políticos o económicos. Y no
porque éstos no lo hayan intentado, sino porque la liberación de las múltiples
y variadas Weltanschauungen
(cosmovisiones) a las que los mass media han
dado lugar, la aparición de múltiples imágenes, interpretaciones y
reconstrucciones del mundo que los medios han permitido en los últimos años,
favorecen la desaparición de planteos que defiendan algún tipo de “verdad
única” y conducen a la pérdida del “sentido de realidad”. Y esto, según
Vattimo, no es algo para lamentar, sino muy por el contrario. La pérdida del
“sentido de realidad”, el debilitamiento de la concepción de la realidad como
algo sólido, unitario, estable, ordenado (propio del pensamiento metafísico)
tiene, según el filósofo turinés, un alcance emancipador y liberador.
Se trata de una
emancipación que consiste en “un extrañamiento,
que es, además y al mismo tiempo, un liberarse por parte de las diferencias, de
los elementos locales, de todo lo que podríamos llamar, globalmente, el
dialecto.”[1]
En la época de los mass media, cada
minoría étnica, sexual, religiosa, cultura o estética tiene la posibilidad de
tomar la palabra y hacer oír su voz ante la ausencia de una racionalidad
central de la historia, ante la desaparición de una versión única de las cosas.
Pero esto es apenas el primer paso de lo que Vattimo rescata; lo central del
efecto emancipador de la mencionada liberación de las diferencias no reside
(sólo) en que cada una de estas minorías pueda sacar a la luz su ser auténtico, verdadero (esto sería todavía
demasiado metafísico), sino
precisamente en el extrañamiento que
viene anexo a esta liberación de lo múltiple.
“Si hablo mi
dialecto en un mundo de dialectos seré consciente también de que la mía no es
la única «lengua», sino
precisamente un dialecto más entre otros. Si profeso mi sistema de valores
–religiosos, éticos, políticos, étnicos– en este mundo de culturas plurales,
tendré también una aguda conciencia de la historicidad, contingencia y
limitación de todos estos sistemas, empezando por el mío.”[2]
En un mundo donde ya no hay
versiones únicas, donde reina la pluralidad, la fragmentariedad, la
interpretación, donde ya no hay una verdad
y abandonamos las pretensiones de alcanzar el conocimiento de la realidad, se
abren, según la tesis de Vattimo, las puertas a la emancipación. Creemos ser
fieles a su pensamiento si lo resumimos de la siguiente manera: el adiós a la verdad nos hará libres.
Libertad y sujeto fragmentado
A casi treinta años de aquellas
reflexiones de Vattimo, lo primero que podemos observar es que esta
fragmentación, esta liberación de lo múltiple, ha crecido con el tiempo. Se han
multiplicado las versiones, los contenidos, y también las herramientas mediante
las cuales accedemos a ellos. Los medios de comunicación han encontrado nuevas
vías de “comunicar” y somos muchos los que nos hemos convertido en “comunicadores”.
La variedad de dispositivos va en aumento y éstos ya no están necesariamente en
manos monopólicas o hegemónicas, sino que todos recibimos y enviamos cosas,
todos subimos y bajamos textos, mensajes, versiones, miradas… Cada vez más
herramientas –pantallas, pantallitas, pantallotas…– a las cuales dedicamos además
cada vez más tiempo. Cada vez más contenidos a nuestra disposición. Cada vez
más “racionalidades múltiples”, cada vez más voces, más perspectivas. Cada vez
más cosas para ver, para escuchar… Pero por ello también cada vez menos tiempo
para dedicarle a cada una de ellas. Cada vez más velocidad, más dispersión, más
zapping (de un canal a otro, de un
dispositivo a otro). Cada vez menos detenimiento y por ello cada vez menos
profundidad. Cada vez más extrañamiento,
más fragmentación… ¿Cada vez más libertad?
Milan Rubio "Hombre fragmentado" Acrílico sobre lienzo, extraído de http://www.artelista.com |
Preguntémonos, entonces: ¿cuáles
son las consecuencias de una “aguda conciencia” de que todo es histórico,
contingente, de que no hay nada firme a nivel cognoscitivo, ético, afectivo,
político…? Tal vez sea una mayor emancipación. O tal vez, una inestabilidad
existencial, una vida a la deriva que surge de ese extrañamiento y de la sensación de que ya no hay de qué agarrarse.
¿Es esto liberador? ¿O, por el contrario, produce inseguridad en un sujeto cada
vez más frágil y, por tanto, menos dispuesto a tomar en sus manos el timón de
la propia existencia? Tal vez la multiplicación ajerárquica, el “todo vale”
(que es, en el fondo, un “todo vale lo mismo” y, paradójicamente, implica un “nada
vale”), en lugar de liberar al sujeto, lo arrastra a una situación en la que ya
no sabe lo que quiere, puesto que ya no
tiene razones para querer verdaderamente algo, para preferir una opción sobre
otras con algún tipo de convicción o real interés. Un sujeto que ya no sabe lo
que piensa, puesto que ya no hay razones (ni tiempo) para sentarse a pensar
seriamente en algo.[3]
Ahora bien, ¿podemos seguir
considerando la fragmentación del sujeto, la ausencia de pensamiento propio, de
criterios fundamentales, de convicciones, de valores consistentes, como
factores que habrían de favorecer la libertad del hombre de nuestro tiempo? ¿O
son elementos que, por debilitarlo, lo convierten en un sujeto inseguro, lleno
de dudas, errante y, en consecuencia, más susceptible a la sugestión de
intereses ajenos (aunque él, desde su propia inconsistencia, los experimente
como propios), más predispuesto a compensar su incertidumbre enlistándose en
algún rebaño, más manipulable, más “dócil” a diversos tipos de propagandas (ya
no únicas, sino para colmo múltiples y caóticas) y, en definitiva, menos libre?
“Divided we fall” alerta la conocida frase. Apela habitualmente a la cohesión social, a la unión de una pluralidad
de individuos. Pero vale también para cada individuo en cuanto tal. Cuanto más
esté internamente dividido, fragmentado (y su fragmentariedad interna se relaciona circularmente con su víncluo fragmentado con la realidad), dis-traído (arrastrado hacia
diferentes direcciones a la vez), más predispuesto estará para caer en algunas
redes que poco interés tienen en su verdadera libertad.
[1] G. Vattimo, La sociedad
transparente, Paidós, Buenos Aires, 1990, p. 84
[2]
Ibidem, p. 85
[3] Fromm, al señalar los
factores que desalientan y obstaculizan el pensamiento original, enumera la
excesiva importancia que se le concede a la información (como acumulación de
hecho no acompañada de teoría), el relativismo (considerar toda verdad como
algo enteramente subjetivo), la confusión (que fomenta una suerte de elitismo
intelectual y bloquea al hombre común el acceso a los problemas báscios de la
vida individual y social) y la destrucción de toda imagen estructurada del
mundo. Cfr. Fromm E., El miedo a la libertad, Paidós,
Buenos Aires, 2004, pp. 237-241. ¿Acaso no coinciden estos factores con lo que
vivimos en el mundo postmoderno de la comunicación masificada?