domingo, 22 de noviembre de 2015

Fundamentos y fundamentalismos

¿Fundamentos para rechazar fundamentalismos?

Según la definición de la Real Academia Española, el fundamentalismo en su sentido más amplio es la “exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida.”[1] Ya se trate de la interpretación literal de la Biblia por la cual en los Estados Unidos algunos promovían la prohibición de enseñar a Darwin, ya se trate de grupos islámicos que pretendan la aplicación estricta de la ley coránica y el exterminio de quienes no se sometan a ella, ya se trate de algún tipo de fanatismo político que inste a la erradicación de ideas contrarias a la propia ideología, todo fundamentalismo –en el sentido en que aquí lo estamos consierando– apunta a una suerte de aniquilación de lo distinto.


Hoy por hoy, al parecer, los fundamentalismos, del tipo que fueren tienden a generar un mayoritario rechazo, lo cual nos parece saludable - tanto en el sentido de que es algo que podemos saludar con aprobación como en el sentido de que parece ser muestra de buena salud por parte de nuestra cultura. Está vigente cierta sensibilidad que se conmueve negativamente ante hechos como las recientes muertes de inocentes en manos de algunos fanáticos o, sin llegar a extremos tan trágicos, la  simple falta de diálogo (o su imposibilidad), la obtusa intransigencia, el rechazo aniquilante de la opinión distinta. Cabría preguntarse, sin embargo, cuál es la base sobre la que se apoyan estos rechazos y qué tipo de ideas son compatibles con nuestra oposición al fundamentalismo, así como también cuáles son las bases desde las cuales surgen los fundamentalismos en general.


Fundamentalismo y “verdad”

Buena parte del pensamiento filosófico contemporáneo tiende a considerar que el error de todo tipo de fundamentalismo reside en creer que hay algunos fundamentos que habría que considerar “sagrados”, “verdaderos”, “reales” en el mayor de los sentidos. Creer en la existencia de fundamentos objetivos e inobjetables, sostener el valor de fundamentos verdaderos abriría la puerta a la posibilidad de que alguien se hallase en posición de esas verdades, se considerase “dueño” de esos fundamentos, y que por tanto tuviese la autoridad para imponerlos a quienes no estuvieran en tan iluminada posición. El error fundamental del fundamentalismo, según esta posición, estribaría en creer que hay error, porque supondría así mismo que hay verdad, lo cual resultaría por sus mismos supuestos algo violento para aquellos que, supuestamente, estarían equivocados.
La tesis es no pocas veces argumentada por la senda inversa: si no existiera el error no habría razones para ningún tipo de violencia fundamentalista (no habría que “enderezar” ni aniquilar a ningún descarriado, dado que el descarrío sería una imposibilidad), pero para ello es necesario erradicar la posibilidad de hablar de fundamentos (no habría descarriados porque no habría carriles por los que fuese “correcto” transitar). Por lo tanto, sin fundamentos no habría lugar para los fundamentalismos y el terror que éstos siembran. En definitiva, si la superación de la violencia implica la superación de los fundamentos – la afirmación de fundamentos implicaría la instauración de la violencia.
Para quien tenga un conocimiento lógico mínimamente aguzado el razonamiento expuesto es, desde luego, falaz. Aun si supusiéramos que todo fundamentalismo implica la afirmación de determinados fundamentos objetivos (cuestión ésta que valdría la pena discutir), eso no significa que sean esos fundamentos ni la confianza en la existencia de los mismos las causas del fundamentalismo.
Que toda voluntad de poder (o al menos muchas de ellas) se enmascare de “voluntad de verdad” no implica que toda voluntad de verdad sea siempre una voluntad de poder. Incluso si recurriéramos a ejemplificaciones históricas –método habitual para quienes sostienen que toda afirmación de verdades objetivas tiende a manifestarse en algún tipo de totalitarismo– descubriríamos que, si bien no faltan casos que pudieran servir a la mencionada hipótesis, y aun suponiendo que dichos casos fueran mayoritarios, no son ciertamente universales ni necesarios. No todos los que han sostenido la existencia de algo absoluto han sido absolutistas. Puede que hayan sido unos cuantos, pero ciertamente no han sido los mejores. Y ese es el punto, si nos focalizamos en el aspecto moral de la cuestión.
¿En qué otro aspecto habríamos de focalizarnos? Se podría decir que el problema de los fundamentalismos no es una cuestión metafísica o gnoseológica, sino una cuestión moral (aunque las cuestiones morales –bien lo sabía tanto un San Agustín como un Nietzsche– están relacionadas con cuestiones metafísicas). Preguntarnos sobre las bases, sobre las “ideas de fondo” tal vez no parezca tener mayor importancia. Son cuestiones teóricas, se dirá, y aquí el problema es esencialmente práctico. Al fin y al cabo, en la vida diaria bien podemos encontrarnos, como decíamos, con afirmadores de fundamentos absolutos que no sean fundamentalistas, así como también hay fundamentalistas que –si se escarba un poco– parecen estar lejos (cognoscitiva, moral y psicológicamente) de una cosmovisión que adhiera a la existencia de fundamentos. Incluso es fácil encontrar propuestas de antifundamentalismo fundamentalista, es decir, posiciones en las que se admiten que todas las posturas son válidas y admisibles, respetables, tolerables… salvo aquellas que no admitan que todas lo sean.
¿Por qué hay entonces una generalizada opinión que identifica a los fundamentalismos con aquellas posturas que sostienen la posibilidad de afirmar verdaderos fundamentos? ¿Por qué suponer, como hacen algunos, que la negación de todo conocimiento “verdadero” es la solución al problema del fundamentalismo?




Fundamentos y violencia

¿Acaso es, desde el punto de vista psicológico, la violencia una manifestación típica del que está seguro de una verdad? ¿O es más bien una suerte de sobrecompensación inconsciente propia de aquel que se encuentra torturado por algún tipo de inseguridad? ¿Son los fundamentalismos/totalitarismos/absolutismos consecuencia de la adhesión a fundamentos? ¿O son manifestaciones de la soberbia humana que brota de la ausencia de fundamentos que pudieran guiarnos por mejores sendas?

Cierto es que, en general, quien está convencido de algunas “verdades” probablemente tienda a querer compartirlas con los demás. Cuando uno cree ver algo es razonable que intente que otros también lo vean. No hay razones para sorprenderse ni ofuscarse. Se trata de querer comunicar a otros algo que uno considera valioso, importante, bueno,  incluso “fundamental”. Pero téngase en cuenta de que querer compartir a otros una visión no necesariamente implica querer imponérsela. Muy por el contrario. Puesto que no se puede obligar a ver, lo que se puede es intentar mostrar (o de-mostrar, si el caso lo permite), pero jamás imponer. El acercamiento a la verdad supone un encuentro íntimo del sujeto con el ser de las cosas y es por naturaleza inforzable. Apenas se lo intenta forzar empieza uno a imposibilitarlo.
Defender la posibilidad del conocimiento de fundamentos verdaderos supone, en última instancia, una cierta confianza en el hombre, un apuntalamiento de la vida interior, un llamado a la apertura. La praxis de cualquier tipo de fundamentalismo, sin embargo, parece ser contraria a estas ideas. Entre sus elementos encontramos cerrazón, prohibición, manipulación implícita o violencia explícita y por lo tanto todo lo contrario al respeto por el hombre y a la confianza que pudiera depositarse en sus capacidades.
O, si se prefiere al revés: algunos creemos que la aperturidad de la mente tiene sentido porque hay algo ante lo cual abrirse receptivamente y que la libertad de pensamiento tiene sentido porque hay algo en lo que pensar, hay algo que la inteligencia puede descubrir. Si, en cambio, se aniquila toda posibilidad de hablar de “fundamentos” ¿a qué habrían de abrirse nuestras open minds? ¿y sobre qué base hemos de seguir defendiendo el respeto por nuestras libertades?

Es de esperar que entre escépticos y dogmáticos (gnoseológicamente hablando) – entre nihilistas y realistas (metafísicamente hablando) se sigan tirando la pelota y echando la culpa. Los primeros dirán que la culpa de todo absolutismo es la fe en absolutos, y que la consecuencia de la fe en alguna “verdad” es necesariamente la violencia. Propondrán un anarquismo no violento, una postmetafísica, un pensamiento débil que logre amigarse con la idea de que no hay orden objetivo, puesto que todo orden es artificial, cultural, inventado, histórico. Que un orden artificial se proponga como natural sería justamente el origen de la violencia. Los segundos dirán que la negación escéptico-nihilista del orden natural origina ya sea la inseguridad, ya la petulancia debido a las cuales después inventamos otros “órdenes” que no coinciden con el natural, y que justamente por ello resultan violentos. Los primeros dirán que “no hay hechos, sino interpretaciones” y que eso (¿ese hecho?) es una liberadora expresión de tolerancia. Los segundos dirán que eso (¿esa interpretación?) es justamente una invitación a la voluntad de poder, a la lucha intolerante para ver qué interpretación logra imponerse por sobre las otras, puesto que no habría nada objetivo que pudiese poner a la voluntad de poder un límite.

Por algunas de las preguntas aquí formuladas podrá el lector adivinar con cuál de las dos posturas simpatiza más quien esto escribe.

Sin embargo, claro está, usted puede pensar distinto…




Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...