En la entrega de los Premios de
la Academia 2014, en la categoría a mejor canción original, el Oscar fue para
la canción Let i go de la película Frozen
(Disney). No es este el lugar para juzgar los méritos musicales de la obra, que
sin duda los tiene. Lo que nos interesa señalar es algunos aspectos del
contenido de su letra.
La canción ha alcanzado un
indudable éxito, no sólo en su versión original, sino en la infinidad de
“covers” que se han reproducido a partir del atractivo que evidentemente genera
la versión original. Tal ha sido el éxito, que la canción ha adquirido una fama
autónoma, más allá del contenido de la película. Es por ello que nos interesa
decir aquí algunas palabras; podría suponerse que se trata de una pieza musical
representativa del largometraje, cuando en realidad el mensaje que la canción
transmite es, de alguna manera, contrario al que intenta dejar la película.
Ubiquémos entonces la canción
en contexto (y ponemos sobre aviso a quienes no hayan visto Frozen aún que haremos referencia al
contenido de la película). El matrimonio real de Arendelle, imaginario reinado
nórdico, cuenta con dos hijas, Elsa y Anna. La primera y mayor de ellas posee
uno mágicos poderes con los que puede manipular a gusto la nieve y el hielo.
Haciendo uso de este talento con fines lúdicos hiere accidentalmente a su
hermana menor con un “rayo de frío” en la cabeza (y por suerte no en el
corazón, lo cual hubiese significado una herida de mayor gravedad). Ante la
posibilidad de futuros infortunios de esta índole, los monarcas deciden que Elsa
permanezca en su habitación, tratando de controlar este poder. Pero el
matrimonio real fallece en un naufragio y la mayor de las hermanas debe asumir
como nueva reina, saliendo para ello de su encierro. Lucha contra las
manifestaciones de su magia, que podrían acarrear dificultades en la aceptación
de su rol de soberana, y sortea el problema con éxito durante la ceremonia de
coronación, pero pierde el control cuando su hermana Anna le solicita la
bendición para unirse en matrimonio con un joven que acaba de conocer. El
autodominio se vuelve imposible y su rasgo “brujeril” queda al descubierto,
ocasionando además el asentamiento de un invierno permanente sobre la región.
Elsa decide entonces escapar a las montañas, aislarse de aquellos que podrían
no aceptarla y para los cuales ella siente que representa un peligro. Es allí
donde aparece la canción como una manifestación de liberación de parte del
personaje.
A primera vista, como hemos
mencionado, la letra manifiesta una liberación. Elsa profiere la exhortación
“déjalo ir” (o “libéralo”, si se prefiere) como convenciéndose a sí misma en
esta decisión que ha tomado. La represión que ha ejercido a lo largo de su vida
sobre su poder-talento se ha hecho insostenible
y ahora está dispuesta a liberar su verdadero ser, independizándose de
toda atadura. ¿Qué es lo que hay que dejar ir? Su poder, claro está, pero
también su pasado, su aferro a todo lo anterior. Hay que pegarse media vuelta y
cerrar la puerta a todo lo que quedó atrás. Elsa decide deshacerse del miedo
que la controlaba hasta entonces, y con ello eliminar toda norma, toda regla, toda
limitación. Elsa, en su liberación, decide romper relaciones con el mundo. Pero
no sólo rompe relaciones con los “otros”, sino consigo misma. Se despoja de su
identidad, pues la identidad es un límite. Se deshace del guante, de la
bufanda, de la corona… Cambia radicalmente su peinado por uno de versión más
sensual, muda su ropa por completo. Todo lo que, de alguna manera, la tenía
aprisionada, queda atrás. Y todo lo que la identificaba prácticamente también,
por eso ahora se siente una con el viento y con el cielo. “No hay bien, no hay mal, no hay reglas para mí… ¡Soy libre!” canta
la protagonista. Su tormenta interna, aquella cuya salida intentó bloquear con
todas sus fuerzas y durante tanto tiempo, dejará –justamente– de atormentarla al darle rienda suelta. Elsa huye
para reinar sin ataduras y para dejar de esforzarse por ser la niña perfecta
que le han exigido ser hasta entonces. Las exigencias del deber ser de otrora
son vencidas por la espontaneidad del personaje. Ahora ya no hay censuras, ya
no hay represión. Después de vivir tanto tiempo bajo las exigencias de otros y
preocupada por lo que los demás podrían pensar, Elsa decide alejarse de esos
“otros”. Ahora ya no importará lo que digan… Let the storm rage on!
¿Quién no ha querido expresarse
de esta manera alguna vez? Podría pensarse que es una canción liberadora con
todas las letras… Sin embargo, una lectura de ese tipo parece producto de una
visión parcial y descontextualizada si tenemos en cuenta el contenido todo de
la película. Y es teniendo en cuenta ese todo que la canción adquiere su
verdadero sentido.
¿Es Let it go el mensaje que
quiere dejar la película? ¿Es esta la enseñanza definitiva a la que nos invita el
personaje de Elsa? La respuesta es negativa. Este es apenas el comienzo, el
planteamiento definitivo del conflicto. Considerar esto como el núcleo del
largometraje sería tan absurdo como pensar que Crimen y Castigo recomienda el
homicidio. Aquí es donde el drama del
personaje re-plantea sus bretes: el primero de ellos es la represión de sus
poderes a la que se vio forzada, el segundo es la liberación sin límite de esos
poderes. En ambos casos, el conflicto permanece.
En Let it go, Elsa decide
liberarse de todo lo anterior, incluso de sí misma, y reinar sin ataduras, sin
reglas a las cuales sujetarse. Pero ¿cómo es ese reino? Un reino de desolación,
un reino de soledad, un reino de frío… Un imponente palacio de hielo se ha
erigido como nuevo hábitat de la protagonista, pero en última instancia es un
palacio de encierro (bien lo subraya el portazo final de la canción). Ese es el
precio de esa supuesta total libertad: la soledad y la reclusión (idea subrayada en la canción siguiente, For
the first time in forever – reprise, con la frase “I´m alone and free”; pero en esta ocasión Elsa ya no manifiesta la
energía liberadora de la canción anterior, sino que se expresa de modo más
preocupado y adusto).
El aislamiento y el encierro
son, paradójicamente, el precio que se debe pagar por pretender una libertad “total”;
en tal pretensión uno debe deshacerse de todo vínculo y posibilidad de
encuentro, pues todo vínculo sería un límite para esa pretendida libertad. Tal
pretensión debe deshacerse incluso del límite que uno supone para uno mismo.
Pero a la larga no es posible… Anna anoticia a Elsa sobre las consecuencias
invernales que afectan a Arendelle tras la liberación de los poderes de la
hermana mayor. Pero no es un reproche. Anna ofrece su ayuda, su presencia… pero
Elsa se niega, insiste en la reclusión. Descubre y reconoce con pesar que esa
“libertad” que pretendía no es posible (“I`m
such a fool, I can`t be free… No scape from the storm inside of me”). Y
ahora el miedo adquiere una intensidad aún mayor que la que tenía antes. Sabe
que se ha convertido en un peligro, pero es justamente con la insistencia en su
soledad y su no aceptación del socorro fraternal con lo cual hiere gravemente a
su hermana menor que había ido en su rescate.
La solución al conflicto de
Elsa no puede consistir en volver a la represión, claro está. Pero tampoco
reside en esa “liberación total” que, en
última instancia, se transforma en ausencia, inautenticidad e incluso peligro.
No reside en la fuga y el apartamiento, sino en el regreso, el retorno a su
hogar, a su lugar propio en el mundo.
Ella misma será incapaz de
encontrar esa salida por su cuenta. Elsa volverá a Arendelle a pesar de su
voluntad, como prisionera. Pero allí será finalmente el ejemplo de su hermana,
quien decide dar la vida por ella, el que le permitirá descubrir el verdadero
camino para superar su hasta entonces irresoluto conflicto. La solución se dará
en el amor. Es el amor el que le permitirá a Elsa encausar sus poderes y
utilizarlos para el bien y la belleza. Es el amor el que le permitirá ser la
reina que en verdad podía ser, es decir, es el amor el que le permite ser
auténtica y plenamente ella misma.